Raro
es el pueblo a la orilla de un río que no tenga un
molino. En
un pueblo
de moriscos
como el
nuestro en el que la fabricación de paños fue muy
importante y con un termino municipal en su mayoría de secano, el
cereal y el molino para su transformación eran elementos
importantes en su economía. Reflejo de ello, a finales del siglo
XIX en la plaza de Calcena existía una feria semanal de cereal.
Traían grano incluso de Soria y Segovia y las talegas que no se
vendían eran guardadas, con la marca del propietario, para la
semana siguiente. Para recuperar parte de su historia de los
molineros fuimos a hablar con Doroteo Pérez que durante 25 años
ejerció tal labor.
El molino de la tahona fue en
tiempos municipal y posteriormente perteneció a distintos
particulares hasta que lo compró Raimundo Pérez. Desaparecido éste,
y tras licenciarse en Boltaña, en los años 40 hubo de hacerse
cargo su hermano Doroteo. Como no sabía del oficio, para enseñarle
y por mediación de un tío vino de Tarazona un panadero que se
llamaba Mariano Romero. Debía ser experto pues durante la Guerra
Civil le eligieron para hacer, con harina de Aragón, el pan que
con fines propagandísticos se arrojó sobre la población cercada
de Madrid.
Cuando Doroteo comenzó a
trabajar de molinero recuerda que funcionaban tres molinos. Además
del suyo, en la tahona, había otros dos en la Cruz de Atilano.
Eran el "de enmedio" regido por Juan Díez natural de
Guadalajara y que cerró en los 60, y "el de abajo"
donde trabajaba Romualdo. Este es de finales del XIX. Aunque él
ya no lo conoció, en el de la tahona y en el enmedio se fabricaba
papel a principios de siglos y luego se vendía en Borja y
Tarazona. También se producía energía eléctrica hasta que
fueron desplazados por las grandes empresas eléctricas.
Como
fuerza motriz utilizaba el agua la fuente que desde la acequia caía
en una especie de cilindro de 5 metros
de altura (redondillo). Este
redondillo tiene
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en su parte
inferior piedra
sillar y
parece obra de moros. El
agua, que con la caída cogía
fuerza,
movía una turbina que había sido fabricada en
Fundiciones Utebo generando una potencia de 10 caballos que permitía
mover la piedras; la superior o volandera, sobre la inferior,
fija, o solera. Las piedras de moler fueron casi siempre
naturales. Dado que las piedras hechas en
Calcena eran peores, tenía que comprarlas fuera. Sin
embargo las mejores que tuvo fue unas francesas, sintéticas y que
adquirió a última hora. Con una especie de compás levantaba los
600 kg que vendría a pesar la piedra nueva, aunque con el
desgaste iban perdiendo. Justamente por ello era necesario, de vez
en cuando,
remarcar los
surcos que llevaban y que
permitían ir expulsando la harina conforme giraba.
Doroteo no sólo molía cereal
de Calcena, sino que le traían de Talamantes, Aranda, todo lo de
Oseja, Jarque, Trasobares y Purujosa. Hacía harina de trigo,
cebada, centeno de maíz para hacer farinetas e incluso de judías
secas y también fabricaba piensos para los animales. Para buscar
el cereal iba por las calles de Calcena con un macho que en los
collerones llevaba cascabeles y la gente sacaba las talegas (70
kg) de cereal a la puerta o bien subía a buscarlas al granero.
Como no había muchas perras, se cobraba en especie de manera que
de cada 140 kg de harina le correspondían 7 kg que luego empleaba
en la tahona (panadería) o vendía a los que venían a comprar
desde Illueca y Brea.
Le
tocaron los años de la postguerra y el racionamiento. Todo el
mundo tenía que andarse con cuidado. Los agricultores tenían una
cartilla donde constaba un tope en su producción por encima del
cual era obligatorio vender al Servicio Nacional del Trigo que
pagaba por debajo de los precios del mercado. Por ello, muchos
escondían el excedente donde podían: en casa, en los corrales,
debajo de la esparceta,... También
el molinero tenía que
tener cuidado
pues la Fiscalía
de Tasas, que
tantos quebraderos
de cabeza
le dio,
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