Calcena,
silenciosa permaneces con tus calles empinadas, con tus barrancos
agrestes. Combina tu hermosura casas bien ornamentadas y otras
casi derruidas cuando algunas ya en ruinas, pero la mayoría
arregladas con el tesón de tus hijos, que por que sigas con vida
no paran de engalanarte.
Serenidad
y paz se respira en cualquier parte del pueblo, en tus campos
floreados, en tus senderos adornados con bojes, aliagas y
espliego, y olor a tomillo y romero. En todos tus rincones fluye
tranquilidad y sosiego y estando contigo, el tiempo permanece
quieto como si una mano mágica parara el movimiento del Universo
y así disfrutar más de ti.
Las
Peñas del Cabo, donde la Naturaleza esculpió bellas rocas
verticales, dándoles formas caprichosas combinando el color gris
con el verde que brota en sus laderas. Y en el cauce del barranco
en una gruta «encantada» nace la Ujosa, que serpenteando va
buscando al Isuela. Y es en este sitio, sentado en una roca y
mirando el fluir del agua, donde salió este poema:
«Sopla
el cierzo del Moncayo por el barranco la Ujosa, y en las Peñas
del Cabo, en Mayo la luna se refleja como una rosa».
La
nostalgia y el recuerdo de la infancia llegan al corazón,
transportando el pensamiento a aquellas tardes de primavera,
tardes de violetas, flor de espino y rosas olorosas que ofrecíamos
a la Virgen en el mes dedicado a ella cantando el:
«Venid
y vamos todos con flores a Maria...»
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Y
en la Iglesia con su torre resurgiendo del corazón del pueblo,
presidiéndolo orgullosa de estar ahí, vigilante de su contorno.
Qué grandes recuerdos refleja la memoria: los curas que la
regentaron: D. José María, D. Juan, D. José Luis (los de mi
infancia) y antes otros, todos ellos, cada uno con su personalidad
propia, pero siguiendo la misma línea evangelizadora, aportaron
al pueblo su trozo de historia.
Los
belenes que se hacían en Navidad, lo bien que lo pasábamos los
monaguillos cuando se iba a buscar musgo al pinar, y cuando se
construía el belén poniendo casas y figuras. En Semana Santa
construyendo el «Monumento», cuando ensayaban los «longinos»
los ruidos de tambor y trompeta unidos a las vestimentas, causaban
respeto y atención.
Y
en cada una de las fiestas del año, la Iglesia era el centro de
atención y de reunión de todos nosotros. Todo esto dejó una
huella muy grande en mi corazón, que recuerdo con mucho cariño.
También viene a mi mente cuando íbamos a buscar la «Sanjuanada»,
el día del «Queso», el día del «Palmo», el día de la «Clueca
y Cornijuelo», etc., etc...
En
verano cuando nos bañábamos en el río, en «Pozos Altos» (Batán)
un sitio maravilloso para a quien le guste la meditación, y en la
balsa del «tío Carmelo» subiendo por el barranco la Virgen.
Hay
tantas y tantas cosas maravillosas de aquella época (y de ahora,
por supuesto) que puedo decir muy orgulloso que he nacido y vivido
en Calcena.
PEDRO
CARDIEL UCEDA
FEBRERO
97
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