![]() |
Hace
unos días, y en compañía de unos amigos que se habían desplazado desde
Zaragoza hasta nuestro pueblo a fin de pasar el día, nos acercamos a
visitar la Iglesia.
Quedaron éstos
asombrados ante la magnitud del edificio, el cual no imaginaban
dadas las características del pueblo.
Fuimos visitando cada una de las capillas, comentando el estupendo
trabajo de los pintores, así como las posibilidades que ofrece el recinto
en su conjunto. Surgieron,
como no, comentarios sobre lo
que debió de ser aquello en tiempos lejanos, así como todas aquellas
disquisiciones que a todos nos surgen de vez en cuando sobre como debía
de haber sido el valle del Isuela que conocieron nuestros antepasados.
Al llegar al Coro, y aprovechando que llevaba una linterna de gas
para después ir a nuestra bodega, decidimos bajar a ver las momias de la
cripta.
A mí, particularmente, me habían comentado en diversas ocasiones
de la existencia de tal enterramiento, pero nunca me había surgido la
ocasión de
visitarlo ni tampoco me había picado la curiosidad de hacerlo.
Pero ya que estábamos allí . . .
¿por que no?.
Nos
encontramos ante una escalera rudimentaria de madera que escalaba un
angosto agujero abierto en el pavimento sobre la parte derecha del
recinto.
Abajo
se hacía la oscuridad mas absoluta, como premonitoria de un
secreto bien guardado.
Prendimos la lámpara de gas, y con un poco de angustia vital
comencé el primero a descender a las tinieblas del sótano.
Apenas tres metros separaban el suelo de aquel habitáculo del piso
superior.
Ante mí, se habría un espacio cuadrangular de quizás unos 20
metros cuadrados, con un ligero desnivel
producido por un pequeño promontorio de escombros al pie de la
escalera. Al fijar la vista,
una imagen macabra se fijó en mis retinas.
Cientos de huesos, tal vez miles se encontraban al fondo
ordenadamente apilados. Fémures,
tibias, costillas, vértebras, cráneos y un largo etcétera de los que
otro tiempo fueron el sostén de un conjunto llamado persona.
Tan sólo tres o cuatro, que permanecen incompletos y apoyados
sobre la pared, adquieren tintes humanos dado su estado de momificación.
En particular, uno de
ellos ubicado sobre la pared de la derecha
llamó poderosamente mi atención.
Las manos cruzadas sobre el pecho, en actitud de reposo tal y como
le debieron de colocar tras su óbito.
En su cara se dibuja una mueca de asombro, como si denotara
sorpresa por lo que le había sucedido, sin llegar a creer que la muerte
también le hubiera llegado a él , o
quizá debiera de decir a ella.
QUIEN ERAS. COMO TE LLAMABAS. CUANTOS AÑOS TENIAS. QUIENES ERAN TUS PADRES,
HERMANOS, ABUELOS etc. A QUE TE DEDICABAS. ACASO TUVISTE HIJOS. COMO ERA TU MUNDO. COMO VESTIAS, QUE COMIAS, COMO TE
DIVERTIAS. POR QUE ESTAS AQUI Y NO EN OTRO
LUGAR.
Tantas y tantas interrogantes, horas de conversación, admiración,
estupor y un sin fin de emociones que sin embargo quedarán desiertas,
porque esa comunicación es ya del todo imposible.
Sólo les podía desear paz y descanso eterno.
Así, fuimos bajando casi todos los que habíamos ido a la Iglesia,
hablando entre murmullos y con el mayor de los respetos, como si temiéramos
que por alguno de los orificios que anteriormente habían albergado sus oídos,
pudieran colarse nuestras palabras o nuestros pensamientos.
Volvimos a subir la escalera, y tras salir el último echamos la
tapa de madera que franquea el camino a ese otro reino de tristeza y
oscuridad. Ellos se quedaron allí con sus secretos de vida que jamás se desvelarán, nosotros por nuestra parte nos fuimos a la bodega a escanciar un poco de vino, para seguir saboreando la miel de la vida y del tiempo que nos pertenezca. |