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De Beratón de por dos cabritos. Ahora me voy a Borja a por tabaco. ¿Si
quieres algo? -respondió-.
- Podías traerme unas albarcas que a estas ya les queda
poco. Las apañé, pero me van a durar poco. - Mira -me dijo- si quieres unas albarcas, donde mejor están son en una tienda en la plaza del ayuntamiento de Calatayud y la semana que viene tengo que ir.
Subiendo
por el camino de la bodega veo a alguien zarceando por el huerto del
cura. ¡Jo..., si madruga el cura! -pensé-. Después
de haber llenado bien la bota y una botella me echo un trago, recién
salido del tinajón, por ver si gana o pierde. El primer trago del día
es el que mejor sienta. Al
llegar a casa ya está listo el puchero de almuerzo.
- ¿Donde vas a ir? - me dijo la mujer mientras almorzaba.
- Me voy a la Cerrada a enramar las judías que allí, aunque
caliente el sol, estaré más fresco. Aparejo
el burro, a quien cada día le cuesta más salir de la cuadra; será
que como es casi tan viejo como yo el pobre dirá: ¿a donde me
lleva este hombre ahora?. Cuando
llegamos a la Cruz de Atilano le silbo como siempre para que se
anime a beber agua mientras cruzamos el río y aprovecho para ver si
el agua del Molino del Medio va tirada, y la encamino para abajo. Al
llegar al camino de Valdetesinos me encuentro con el Castellano que
volvía con su abrío, su perro y un par de cabras que iban por
todos los pinganetes.
- Me voy a casa antes de que caliente más -me dice el
Castellano-.
- Pues yo ahora bajo y como las vea malas que buenas a la cabaña a la sombra respondí-. Cuando
llevaba la faena a mitad oigo el ruido de algún vehículo. Me quedo
mirando y espero que revuelva por Valdepalacios a ver quien es. Es
el coche de línea. Quizás vaya algún conocido y me hace ceñas
por la ventanilla. Nada. Ya se pierde por Valdecasillas.
Ya parece que ha llegado el agua. Riego, a comer y después
me echo una cabezada en la cabaña. ¡Qué bien se está aquí!
-Pensé- pero al poco de quedarme traspuesto el burro se pone a
rebuznar. ¿Qué pasará?. Me asomo y veo que barrunta al personal
que va por la carretera. Aunque no los llego a conocer, creo que serán
los que han bajado arreglar el azul del Batán
que lo había roto la tronada de anteayer. Me preparo una
carga de ramas de chopo y para arriba. Al llegar a la Virgen, como
siempre, el burro se me para en la lastra en la que cada día me
apeo.
- ¡Arre, que hoy no me bajo! - no por estar más canso que otros días, sino por el cansancio del día a día. Al
llegar a la plaza noto algo raro en el ambiente. Quizás el coche de
línea haya traído bastante gente. ¡Quizás hayan subido los pequeños!.
Pero al llegar a casa veo que no ha llegado nadie, ni siquiera ha
habido carta. A la cena, un silencio eterno circula por el hogar. Sólo
un leve comentario de la mujer.
- ¡Dicen que van a cambiar las fiestas para agosto!.
- ¿Pero este año, o al que viene? - pregunté.
- No lo se, eso he oido en el río.
- Bueno, pues habrá que escribir a los pequeños, aunque
igual ya se lo han dicho sus primos los de Zaragoza. De todas
maneras mañana escribimos. Me
voy a echarle al burro y a dormir. Calcena,
Julio de 1972 Vicente Lapuente **** "...desgraciadamente
en Aragón parece que se valoren más las cosas cuando se han perdido
que cuando se sonservan” Pedro Hernando Sebastián. Revista Trébede nº 19*** |