Ahora cuesta poco ir de un pueblo a otro;
escasos minutos. Sin embargo, a principios del siglo pasado
–el XX- los vehículos eran escasos y los caminos, si
existían, malos. La comunicación con Trasobares siempre
fue un camino de herradura, hasta que hicieron la carretera,
sin asfaltar, y con Oseja había un camino por el barranco,
hasta que después de la Guerra Civil hicieron la carretera.
Por eso era importante que en cada pueblo hubiera un lugar
donde los caminantes pudieran reposar. Las posadas daban
techo, lecho y buen provecho.
José María nos recuerda que sus abuelos, Concepción
Gómez y Tomás López tuvieron posada, que luego pasó a
sus padres Margarita López y Eugenio Miguel, y luego a José
María y Teodora Giraldos, su esposa. La “posada de la
abuela Margarita” estaba donde está; en Trascasas, encima
de la Cueva. Tenía cinco habitaciones y tres cuadras en las
que cabían unas 20 caballerías. A principios del s. XX
hubo otra posada: la de Timoteo Perales que estaba situada
junto a la fuente, donde el corral de “los Royos”.
A la posada de la abuela Margarita acudían viajantes
que iban de pueblo en pueblo; tratantes de caballerías de
Calatayud; gentes que venían a comprar corderos, como
Raimundo Oro de Tabuenca; viajantes de telas; valientes que
venían a torear las vacas en fiestas; compradores de peras
y manzanas de la huerta; castellanos que bajaban a la feria
para comprar grano o animales; gente de Tierga; de Purujosa
que bajaban a vender perdices o liebres que cazaban; Guardia
Civiles de Tabuenca que venían a dar una vuelta por
Calcena, dormían y al día siguiente se volvían, …
Dormían
tres o cuatro personas por habitación. Había quien lo hacía
en alguna de las tres camas existentes, en las dos alcobas
del piso de en medio, pagando
1 peseta del año 1910, y otros en sacos de paja, pero sin
soltar los cuartos. La mayoría dormía en el |
“cuarto de los forasteros”, donde sin
coste tenían el techo seguro. También entre las caballerías
había diferencias. Si el amo se estiraba, el animal podía
comer pienso pagando 3 pesetas y, si no, paja por una
peseta. Paja y cebada no faltaban y si se terminaban iban a
comprarlas a Aranda.
A la hora de comer o cenar, había plato único: judías,
garbanzos, patatas,… Todos se sentaban alrededor del hogar
y la abuela Margarita –que tenía fama de buena cocinera-
repartía la ración.
José María también nos refirió historias que a él
le contaron. Como la de un tal Robustiano “Gancho”,
guarrero de Valladolid que a finales del siglo XIX venía a
vender tocinos por los pueblos de la redolada. Era costumbre
que la gente le comprara los animales en abril o mayo y
viniera a cobrar en Navidades las 40 o 50 pesetas de cada
cochino. Fue en una de esas ocasiones cuando por “las
carreras” le salieron tres del pueblo con trabucos. Como
“el guarrero” debía ser duro de pelar, en la pelea los
calcenarios se animaban entre sí llamándose por el mote.
Torpeza que pagaron, porque “el guarrero” escapó a uña
de caballería y llegó al pueblo. Avisados el juez,
Fulgencio Pérez Villaroya, y el alcalde, Crescencio
Caballero, mandaron montar guardia en San Roque, en la
Virgen, en el Cementerio y el Valdeherreros. Como podéis
suponer, los cogieron. Otro año, “el guarrero” tras
vender todos los tocinos, vio que uno de los compradores aún
no le había pagado el del año pasado. Ni corto ni
perezoso, fue a casa del moroso y se llevó el tocino que le
acababa de vender.
En el año 1950 o 1952 pasó la Virgen de Fátima por
Calcena. El Ayuntamiento le dijo a la abuela Margarita que
hiciera comida para mucha gente. Aún no ha cobrado.
En tiempos, los caminos no eran seguros por lo que
algunos tratantes le dejaban a la abuela Margarita “las
perras” que iban recogiendo por los |